«Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”, comunicaba el locutor Jorge Furnot por cadena nacional aquel 26 de julio de 1952, producto de una maldita enfermedad, y aquello despertaba el dolor, el llanto y la tristeza del pueblo, especialmente de los trabajadores descamisados y de los humildes, de las mujeres, ancianos y niños, a quienes Evita vino a iluminar y reivindicar como artífice indispensable de una Nueva Argentina.
Solo 33 años de vida le bastaron a María Eva Duarte de Perón para inmortalizarse en el alma del pueblo argentino. Como puente de amor entre este y Perón, su existencia estuvo al servicio de quienes más lo necesitaron, mitigando dolores y restañando heridas hasta el último aliento. Expresaba Evita en su libro “La razón de mi vida”: “Mis súper críticos dicen que soy una resentida social, pero mi resentimiento no es el que ellos creen. Ellos creen que se llega el resentimiento únicamente por el camino del odio. Yo he llegado a ese mismo lugar por el camino del amor”.
Sus acciones a través de la Fundación Eva Perón y del Partido Peronista Femenino lograron trascender en la memoria colectiva de la comunidad que, a 71 años de su desaparición física, la sigue recordando, la sigue llorando, le sigue rindiendo homenaje encendiendo velas que acompañan un sinfín de altares populares, con estampitas y fotografías. El odio de la “antipatria” que escribió paredes diciendo “Viva el cáncer”, que secuestró y vulneró su cadáver con una impunidad y cobardía jamás vista, que prohibió incluso pronunciar su nombre al igual que el de Perón, junto a otras infamias e injurias, no pudieron jamás doblegar el sentimiento que los hombres y mujeres de la Patria ya habían arraigado en el corazón.
Para finalizar estas líneas, nada mejor que hacer mención a sus palabras, las cuales fueron una especie de premonición, pronunciadas en su otro libro “Mi mensaje”, con el subtítulo “Mi voluntad suprema”. Decía la abanderada de los humildes: “Quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente y será también por lo tanto cuando llegue mi hora, la última voluntad de mi corazón. Donde esté Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo de mi alma (…) Dios es testigo de mi sinceridad. Él sabe que me consume el amor de mi raza, que es el pueblo”.
Evita eterna, quienes somos parte de la Juventud Sindical Peronista hacemos propio ese legado y llevaremos tu nombre como bandera a la victoria.